El amor brujo y El retablo de Maese Pedro

COMPOSITOR: Manuel de Falla
ARTISTAS: Fernández, Esperanza – cantaora, García, Alfredo – barítono

Zetlan, Jennifer – soprano Garza, Jorge – tenor
Perspectives Ensemble, Gil-Ordóñez, Angel –  Sato Moughalian  Conductors
SELLO: Naxos
PRODUCTO#: 8573890

FECHA DE LANZAMIENTO: Mayo 2019

Naxos presenta dos obras maestras del compositor español Manuel de Falla, El amor brujo en la versión original de 1915 y el Retablo de Maese Pedro. El amor brujo fue concebida como una gitanería, compuesta por Manuel de Falla en 1914 a pedido de la gran cantante de flamenco de la época Pastora Imperio. Años más tarde, Falla presentará esta obra a los ballets rusos de Diaghilev, quien pidiera al compositor de adaptarla para gran orquesta siendo cantada en la partes vocales por mezzo sopranos líricas. Es así que la versión original quedó en desuso, y no es más que recientemente que se vuelve a encontrar el manuscrito de la primera versión entre los archivos del compositor, lo que posibilita de volver a crearla en la versión original de 1915 con cantante de flamenco. Esta grabación utiliza el mismo instrumental que la versión de Falla de 1915, con la voz de la cantaora flamenca Esperanza Fernández, junto al Perspectives Ensemble bajo la dirección de Angel Gil-Ordóñez y Sato Moughalian.

El retablo de Maese Pedro fue estrenada en 1923, basada en un episodio de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha de Cervantes, que Falla compusiera como una obra para ser representada por títeres en el salón de música de la princesa de Polignac. El retablo de Maese Pedro cuenta con los solistas Jennifer Zetlan, Alfredo García y Jorge Garza.

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A continuación el interesante libreto de esta grabación escrito por Sato Moughalian, Directora Artística del Perspectives Ensemble en una traducción del inglés por María Cortina-Borja.

Manuel de Falla (1876-1946)
El amor brujo – El retablo de Maese Pedro

La danza ritual del fuego de El amor brujo (1915), El sombrero de tres picos (1919), y Noches en los jardines de España (1909, 1915), obras más representativas de Manuel de Falla, hicieron que fuera reconocido como el más grande compositor español de principios del siglo XX. Sin embargo, al igual que otros extraordinarios compositores nacionalistas como Dvořák, Rimsky-Korsakov, Kodály, Villa-Lobos y Copland, por nombrar unos cuantos, el genio de Falla radicó en parte por su habilidad para moldear diversos estilos folclóricos o influencias literarias en un lenguaje musical distinto y nuevo. Como otros compositores, Falla forjó obras maestras que llegarían a ser emblemas culturales de su patria.

Perspectives Ensemble presenta dos obras que encarnan, de modo completamente diferente, este principio de síntesis: La genuina representación que hace de Falla de la cultura gitana en la versión original de 1915 de El amor brujo, y su ópera para títeres El retablo de Maese Pedro de 1923, basada en escenas de Don Quijote de Miguel de Cervantes. En El amor brujo, Falla cuenta el viaje nocturno de Candelas, joven gitana que busca liberarse del fantasma de su amante. Los relucientes colores en la orquestación de Falla ejemplifican la influencia de la escuela francesa de Ravel y Debussy. No obstante, el compositor también anota en las partes que canta Candelas las inflexiones y ornamentos típicos del cante jondo, requiriendo que fuera interpretada por una cantaora flamenca con raíces en ese tradicional arte. En El retablo de Maese Pedro, Falla refleja el carácter del entrañable y distraído protagonista, Don Quijote, a través de música que fusiona la elegante sonoridad de danzas de la España medieval y el Siglo de Oro español con ritmos incisivos y harmonías punzantes de la música clásica avant-garde europea de principios del siglo XX.

Manuel de Falla nació en 1876 en Cádiz, y a la edad de 20 años se inscribió en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Al término de sus estudios en 1899, inició su carrera escribiendo zarzuelas, género popular español que combina canciones, danza y diálogo. En 1902, Falla continuó su formación bajo la guía del musicólogo y compositor Felipe Pedrell, cuyo influyente libro Por nuestra música (1891) promovía el nacionalismo español, la recuperación de composiciones de siglos anteriores, e instaba a la creación de óperas que incorporaran elementos folclóricos.

En 1907, Falla se mudó a París donde permaneció siete años, entrando al círculo de Dukas, Albéniz, Ravel y Debussy (con quien también estudió), uniéndose a sus frecuentes conversaciones sobre nacionalismo y universalismo en música. Como otros compositores de la época, Falla escribió obras que proyectaron la atmósfera de España y, particularmente de su natal Andalucía, con nostálgicas alusiones a su pasado árabe. En 1913, Falla quedó electrificado por La consagración de la primavera de Igor Stravinsky por lo que insinuaciones de aquellos ritmos insistentes y efectos sonoros primitivos también se filtraron en sus obras, especialmente en El amor brujo.

Falla participó del amplio interés popular en la cultura y tradiciones gitanas. En la última parte del siglo XIX y principios del XX, cientos de obras dibujaron a los gitanos con varios grados de romanticismo, entre ellos Carmen de Bizet, Zigeunerlieder de Brahms, El barón gitano de Johann Strauss, y las Canciones gitanas de Dvořák. Sin embargo, Falla tenía la ventaja de haber pasado periodos formativos en Andalucía. Aprendió flamenco sin planearlo, escuchándolo en cafés y reuniones sociales informales donde, cuando la inspiración llegaba, hombres y mujeres bailaban y cantaban.

En 1914, al inicio de Primera Guerra Mundial, Falla dejó Francia y regresó a España asentándose en Granada. Empezó a componer El amor brujo a petición de la aclamada cantaora Pastora Imperio. Concibió la obra como una ‘gitanería en dos actos’ – una obra con canciones y pasajes hablados y bailados-, instrumentándola para una pequeña banda estilo teatral integrada por flauta (doblando en flautín), oboe, trompeta, trompa, piano y cuerdas elevando al flamenco a las salas de concierto. El texto, de María Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra, fue tomado de un cuento narrado por la madre de Pastora, Rosario ‘La Mejorana’, basado en un tema que se encuentra a menudo en el folclore gitano – el terror a un espíritu maligno que permanece entre los vivos -. En la primera escena de El amor brujo, el mar murmulla en segundo plano. Candelas cuenta afligida su triste historia, invoca a la Virgen María, y trata de exorcizar al espíritu de su embustero amante, aventando incienso al fuego. En seguida, va a la cueva de una bruja buscando ayuda. Encuentra un fuego fatuo, tiene alucinaciones, y ve al espíritu de su amante muerto. Con las campanas del amanecer, Candelas finalmente se libera de él.

La historia de los gitanos es una compleja y dolorosa saga de una rica cultura. Se cree comúnmente que el grupo original viajó en el siglo X del norte de India a Persia; y de ahí a Armenia, Turquía y toda Europa. A menudo, los gitanos eran vistos como peligrosos intrusos por ser nómadas y por su desinterés en asimilarse completamente a las culturas locales. Al final del siglo XVII, los reyes de España buscaron muy afanosamente asentar a los gitanos en lugares especialmente autorizados y eran castigados a voluntad. En julio de 1749, el rey Fernando VI, con el apoyo del Obispo de Oviedo, acorraló a cerca de 12,000 gitanos y los condenó a trabajos forzados.

Tal vez no sorprenda que en España, un país que reprimió al pueblo gitano en siglos pasados, el estreno de El amor brujo en 1915 no fuera bien recibido por la crítica. Las reseñas hacían burla de la obra; con sus rituales gitanos de purificación la consideraban “no muy española”. Falla fue muy influenciado por las tendencias artísticas de su tiempo, pero también estaba convencido que la inspiración de los compositores de música folclórica, “debe provenir directamente de la gente y quien no lo entienda, sólo hará de su obra una imitación más o menos ingeniosa de lo que intentó hacer”.

A diferencia de muchos de sus contemporáneos, quienes evocaban Al-Ándalus desde lejos, Falla pasó gran parte del final de 1914 y principios de 1915 con Pastora Imperio y su compañía flamenca, inmerso en el virtuosismo de las percusiones y las guitarras, quejidos microtonales de cantaores, y las inflexiones hispano-arábicas presentes en la parte del oboe. Sobre El amor brujo, Falla destacó que: “La obra es eminentemente gitana. Para interpretarlo siempre recurro al folclore -algo de ello proviene de la propia Pastora Imperio, quien canta siguiendo una larga tradición y con innegable “autenticidad”. En 1916, Falla trabajó de nuevo en la pieza, aumentando la orquestación, acortando su duración, y prácticamente eliminando la parte vocal. En 1925, dio a conocer un ballet puramente instrumental –la versión más conocida actualmente-. La edición grabada en este álbum es la reconstruida por el musicólogo Antonio Gallego en 1986 (salvo algunas líneas de diálogo que fueron omitidas), siguiendo las notas de 1915 y bosquejos dejados por el compositor.

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A principios del siglo XX en París, la heredera Winnaretta Singer, Princesa de Polignac por matrimonio, reunía en su salón a luminarias que incluían a Debussy, Ravel, Stravinsky, Isadora Duncan, Sergey Diaghilev y Claude Monet. En 1918, Polignac comisionó a Falla escribir una obra para pequeña orquesta y cantantes para usarla en su célebre teatro de títeres. Desde 1905, cuando España celebró el 300 aniversario de la Parte I de El Quijote de Miguel de Cervantes, la imaginación de Falla había sido capturada por el personaje. Al tiempo que Pedrell y otros trataban de revivir el interés en el renacimiento español, representado por compositores como Antonio de Cabezón y Tomás Luis de Victoria, la intelectualidad española prestaba renovada atención a Cervantes y otros ejemplos de historia de la cultura castellana.

Falla propuso a la princesa el episodio de El Maese Pedro, contenido en la Parte II de Don Quijote e ideó una orquestación que sugería una temprana época bucólica, con cuerdas, flauta, dos oboes, corno inglés y clarinete. Dos trompas, una trompeta, y percusiones marcarían la heráldica y escenas marciales. Un arpa liuto (instrumento híbrido de principios del siglo XVIII) o un arpa de concierto (usada en esta grabación) tomaron el lugar del laúd y, en un novedoso giro, Falla incluyó un clavicordio tocado en el estreno por Wanda Landowska, quien abogaba por la recuperación de este instrumento. Falla incorporó danzas cortesanas en varias escenas, subrayando su carácter antiguo por medio de estos dos instrumentos.

En la novela de Cervantes, Don Quijote y su fiel escudero Sancho Panza, están en un rústico albergue en el que se encuentra un pequeño escenario para los títeres del Maese Pedro. Falla empieza el marco musical con una introducción pastoral evocando el sonido de una gaita, instrumento común en el noroeste de España. El Maese Pedro, un tenor, llama al público. Sigue una sinfonía en el estilo clásico, como un preludio a la trama de la obra, la cual representa un romance de la época de Carlo Magno. El aprendiz de titiritero, “El niño” (Trujamàn, cantado en esta grabación por una soprano), es el narrador de los eventos por venir: El señor Don Gaiferos se lanza a la aventura de liberar a su esposa, Melisendra, raptada por los moros en la ciudad de Sansueña (Zaragoza). El cortesano toma sus armas, monta su caballo, cruza los Pirineos, e irrumpe en la torre del castillo de Zaragoza para rescatar a su esposa. A lo largo de esta obra para títeres, Don Quijote, sentado entre el público, empieza a perturbarse cada vez más alegando sobre pequeños detalles. Al poco tiempo, está completamente confundido al entrar en el mundo de fantasía de la historia. Finalmente, en un dramático arrebato de ira y de instinto caballeresco hacia la hermosa Melisendra, Don Quijote se abalanza sobre el escenario y golpea las figuras de pasta con su espada, destruyendo el teatro de títeres y llevando al espectáculo a un aparatoso final. En el desorden, Don Quijote, el caballero errante, exalta las virtudes de la caballería y sus triunfos imaginarios, siendo interrumpido por el indignado titiritero.

Falla trabajó en esta ópera desde finales de 1918 hasta el estreno, dirigido por él mismo, en Madrid en marzo de 1923. Tres meses más tarde, en el salón parisino de la princesa Polignac, Victor Golschmann dirigió la primera presentación con teatro de títeres. Desde el principio, El retablo de Maese Pedro tuvo gran éxito. Esta vez, los críticos respondieron favorablemente a la composición, sus múltiples invocaciones al Siglo de Oro español, la incorporación de los queridos personajes de Cervantes, y la elocuente orquestación. Los bosquejos iniciales de Falla para esta obra datan del tiempo en el que estaba inmerso en el estudio de Antonio de Cabezón, Gaspar Sanz y otros compositores históricos de España, mostrando motivos melódicos y rítmicos reminiscentes de eras tempranas. No obstante, bruscas disonancias armónicas propias de la estética del siglo XX, efectos recurrentes a lo largo de la obra, también resuenan en la Sinfonía. En las postrimerías de la destrucción de la Primera Guerra Mundial, resultaba imposible ver otra vez al mundo a través de un pasado romántico imaginario.

Sin duda, la historia de Maese Pedro de Cervantes –la escena y la obra dentro de una innovadora novela- ilustra la borrosa frontera entre lo “imaginario” y lo “real”. En El retablo de Maese Pedro, Falla emplea este dramático episodio para dar su visión de una España pasada y galante, conmovedora e irreparablemente fracturada, a través de los lentes de su propia sensibilidad modernista.

Sato Moughalian, Directora Artística, Perspectives Ensemble.
(Traducción del inglés: María Cortina-Borja)